Exigir para educar

Partiendo de que el oficio de educar implica que los esfuerzos de padres y maestros vayan encaminados a “sacar lo mejor” que hay en el interior del niño, del adolescente o del joven. Se trata de sacar lo que ya tiene en su interior, aunque no lo sepa, se trata por tanto de enfocar el trabajo educativo a la interioridad. No es embellecer por fuera, no se trata de maquillar para que luzca bien, sino de esculpir, de quitar lo que estorba, de hacer como el escultor, que de un tronco quita lo que sobra para que aparezca el hermoso corcel que ya estaba dentro.

Quizás en otros tiempos, como fue mi caso, la educación se centraba en la exigencia irracional, y el aprendizaje venía como fruto de la misma. Si no se daba el aprendizaje la represión era el remedio, entendiendo como represión el castigo, el golpe, y la descalificación. Hoy en muchos casos, pasamos al polo opuesto, en el que se educa sin exigencia, dando mucha importancia a un concepto erróneo de autoestima, desde el cual se entendió que la exigencia era siempre represión y que había que dejar que el niño de manera espontánea decidiera educarse.

Pienso que ambos extremos se tocan y que no dan en el blanco de lo que el niño, el adolescente y el joven necesitan para que emerja su verdadero SER. Creo que hoy tenemos que educar para que el descubrimiento de su propio ser, la autoexploración de su interior, las respuestas a cada una de sus preguntas, surjan y que cada uno encuentre dentro de las múltiples posibilidades, su lugar en el universo, su manifestación creativa, su elemento.

Los padres y educadores tenemos una irrenunciable misión, que es educar, que también este oficio necesita del que educa, tener desarrolladas sus múltiples inteligencias al servicio del educando. No podemos renunciar a esta misión, no podemos delegar lo que nos toca, si queremos los resultados de una mejor sociedad y de mujeres y hombres comprometidos.

Por tanto es nuestra responsabilidad mostrar el camino y, de acuerdo a cada etapa del desarrollo, exigir, estar presentes, dar resultados, ser constantes en los límites, no tolerar conductas ni actitudes destructivas. No podemos exigir al niño lo que no es capaz de dar, pero no podemos dejar de exigir lo que puede dar. Los adultos somos el modelo, el referente y por tanto no podemos pecar por exceso ni por defecto, de ahí que educar exige un modo de ser armónico del educador.

Desde esta misión cobra sentido el tema de la disciplina.

La palabra disciplina a mucha gente no le gusta, de inicio le suena a escuela militar, a internado, a hacer mucho ejercicio, a pertenecer a equipos olímpicos y cosas así. A la mayoría, y especialmente a los adolescentes y jóvenes, suele ser una palabra que les choca, pues creen que es algo exterior que se les impone y que no tiene que ver con ellos, sino con lo que otros quieren que ellos hagan.

Disciplina tiene la misma raíz que discípulo, es decir el que sigue a un maestro, quien es disciplinado es capaz de seguir normas, de respetar códigos, de cumplir su palabra.

No renunciemos a nuestra MISIÓN DE EDUCADORES, es maravilloso vernos a nosotros mismos y valorar lo que nuestros padres y maestros hicieron en su momento y lo que hoy, más conscientes de nuestra responsabilidad vamos logrando.

Es la tarea de existir, la maravillosa experiencia de hacer una comunidad universal que dé como resultado la sociedad que soñamos. Como un ejemplo, Don Bosco, el gran maestro de la educación, mostró que podemos educar con amabilidad, que necesitamos estar presentes y que es mucho mejor PREVENIR QUE LAMENTAR.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *