Los humanos, con mucha frecuencia estamos en encrucijadas mentales, que nos llevan a conflictuarnos y a buscar alternativas que vayan dando respuestas, si no certeras, al menos que den un sentido a nuestra incertidumbre. Este es mi caso en esta mañana de lunes. Por un lado, disfrutando del sol, del aire, de la posibilidad de estar vivo, de la familia que está presente y cercana, del trabajo que aporta sentido y relación con muchos otros seres humanos en búsqueda; por el otro los grandes cuestionamientos, la vida y la muerte que están cercanas a mi entorno familiar, el descubrimiento de la deshumanización de las instituciones y el trato que nos otorgamos unos a otros en la vida práctica, en la realidad cotidiana, en nuestros roces comunes.
Sin duda que de nuevo tengo que ponerme el espejo para descubrir qué de lo que veo en la paja del ojo ajeno es la viga en el propio, por eso, lo que critico me lo aplico.
El fin de semana tuvimos como familia una experiencia de relación con una institución hospitalaria, el HOSPITAL STAR MÉDICA DE QUERÉTARO. En la cual el trato humano, la cercanía, la sensibilidad ante el dolor del otro brillaron por su ausencia. La presencia del interés por el dinero, la frialdad de médicos, enfermeras, administradores, aseguradoras y toda la red que está detrás de las grandes corporaciones que cobran mucho, tienen bonitas leyendas en toda su papelería “Un espacio humano”, leyendas vanas sin contenido real, crearon en mí un gran espejo. Espejo porque me pregunto ¿Así es mi vida también? El trato con mis pacientes o los usuarios de mis cursos y talleres, la relación con mis hijos, la comunicación con mi pareja, la propia relación con mis familiares ancianos o enfermos ¿Tiene conexión, calidad, cercanía…? ¿O está desvinculada, autocentrada, ensimismada, mirando al ombligo de mis intereses más burdos, sin mirar al precioso ser que me habita?. En primer lugar, esta breve introspección me lleva a tener más cuidado conmigo mismo, a estar conectado con mi ser profundo, a atender al ser que golpetea constantemente desde el interior, señalando a través de mis pensamientos y emociones, el desorden, la enajenación y el desvío existencial de mi intención fundamental como ser. En segundo lugar, cuestiono los ambientes en los que convivo, unos en los que comparto el liderazgo como es en mi familia pequeña, otros en los que soy un actor de reparto como en la familia amplia o en mis espacios laborales, en el lugar donde vivo o mi círculo de amistades ¿Cómo son dichos ambientes? ¿Qué hago donde soy líder? ¿Soy lo suficientemente humilde para colaborar proactivamente en los otros espacios liderados por otros, o sin liderazgo reconocido? Y cuestiono, a la vez que autocuestiono, a los demás miembros de mi familia, en algunos veo actitudes que distan mucho de lo que pienso que un hijo, nieto, sobrino… podría aportar por su ser querido. Sin duda que de nuevo tengo que ponerme el espejo para descubrir qué de lo que veo en la paja del ojo ajeno es la viga en el propio, por eso, lo que critico me lo aplico. En tercer lugar, me llamó poderosamente la atención, quizás por mi deformación profesional, “el buen trato” de todas las personas del hospital, junto con la “gran ineficacia” de las mismas. No es nuevo para mí, pero cuando lo confirmo como usuario siento en el cuerpo los efectos de la desesperación y la impotencia. Cuando las buenas palabras halagan el oído y los hechos están a años luz de la realidad que esas palabras contienen, mi reacción es pésima. También perdí la calma, también falté al respeto, con quienes menos culpa tienen, pues son enviados de otros, que a su vez son mandados por otros, quienes tienen que responder a otros; sabiendo que esos“ otros” son entes anónimos, grandes corporativos que no tienen alma ni corazón, sino que responden a números y códigos indescifrables para el común de los mortales. En cuarto lugar, quiero enfocarme en los médicos. Mientras esperaba largas horas en el hospital, leí el libro de Francesc Torralba: “vivir en lo esencial”, en el cual dedica un espacio en forma de carta al personal sanitario (de España) ante la pandemia, agradeciendo, señalando su cercanía y humanidad, su empatía con los enfermos y familiares… No vi eso en esta ocasión, sino todo lo contrario. Frialdad, desatención, lejanía. Puedo entenderlo dado que estamos en un sistema consumista, donde tienen muchos pacientes, todos particulares, con honorarios muy por encima de lo que puede pagar el ciudadano medio, y que gracias a la desigualdad en nuestros sistemas y en el mecanismo no más justo de los seguros de gastos médicos (curiosamente los dueños de los seguros, de los hospitales, de las farmacéuticas… son los mismos), colaboramos todos, me incluyo en ello, a mantener este sistema que han llamado algunos “DISTOPÍA”, para oponerlo a la sociedad utópica que en el fondo todos queremos desde nuestro ser más auténtico y que pocos descubrimos, cegados y atrapados por este sistema “producir – consumir” en el que estamos aparentemente inconformes, pero instalados en el confort que nos adormece. Tengo algunos amigos médicos, y me atrevo a decirles que salgan de su bata blanca, que dejen su uniforme y sus intereses, que se pongan empáticamente frente al ser humano, igual que ellos, y aporten su mejor versión de esperanza, de consuelo, de estar ahí para ellos. No se trata de pronunciar bonitas y mentirosas palabras, sino de decir la verdad de modo amoroso, de forma clara y sincera, aportando lo que la sabiduría de la vida les ha regalado a ellos como un don a compartir y no como un arma para amedrentar ¡Cuánto pueden aprender de Giuseppe Moscati!, por mencionar alguno de los miles de profesionales de la salud interesados en la vida plena de los seres humanos. En quinto lugar, quiero cuestionar una frase que Leonardo Boff recuerda en un escrito reciente, haciendo referencia a las dos últimas encíclicas del Papa Francisco y a los escritos de un joven fraile francés, que sin ser judío fue torturado en los campos de concentración nazi, Éloi Leclerc: ¿Será que la fraternidad entre los humanos y con los demás seres de la creación es posible?, y me hago a mí mismo esa pregunta, confrontando mi actitud y disponibilidad para fraternizar desde el “humus”, que hace referencia a la tierra, al piso desde el que todos nos igualamos y de donde proviene “hombre” y “humildad”. Me cuestiono si puedo y quiero dejar a un lado mi arrogancia existencial para convertirme en un igual, en un aprendiz de la vida y de cada ser que se me pone al frente con una oferta y una demanda. Por último, quiero cerrar mi reflexión, con la esperanza de que no sea un inútil debate mental, ni un proyector de culpas hacia otros, sino con la convicción de acercarme a la conciencia propia y compartir contigo, que sin duda al igual que yo, te indignas ante las circunstancias inhumanas de la cotidianeidad, y te miras al espejo de tus acciones y actitudes descubriéndote cómplice y colaborados de esta maraña que hemos creado, que no nos gusta y que sin embargo alimentamos. Te lo comparto desde mi ser aprendiz. Con gratitud ante tu receptibilidad y abierto a tu compartir para expandir conciencia.
José Luis
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