En primavera despierta la pasión, es tiempo de luz. Esplendor, naturaleza, colores, vida. Día del niño, de la madre, del maestro, de la gratitud. Tiempo de flores y de llevarlas a la virgen en muchas culturas, representando a la gran madre de todos, y a quienes ejercen esa maternidad y desplegando como humanos la gratitud hacia quienes nos dan la vida.
El cineasta Pedro Almodovar, manchego por cierto, tituló una de sus películas “Todo sobre mi madre”, en la que nos recreábamos con escenas de Castilla la Mancha, mi tierra y la de mis ancestros. Hoy quiero escribir “algo sobre mi padre”, con la certeza de que él, ahora, me inspira más que nunca. Lo de “algo” es porque es tan grande lo que de él he recibido y tan pequeño lo que conozco de sus verdades profundas, que no me atrevo a decir que sé mucho de él, pero sí puedo publicar y expandir que lo que él significa para mí es grande y que su presencia, ahora que no tiene el límite del tiempo y del espacio, es muy gratificante para mí.
Nació en Santa maría del Campo Rus, el mismo pueblo que me vio nacer años después que a él. En tiempos difíciles, en circunstancias limitadas, en el seno de una familia pobre y trabajadora, hijo de un pastor de ovejas y cabras, que le dejó la herencia del oficio y la responsabilidad de cuidar a cinco hermanas y a su madre desde los 12 años, ya que mi abuelo Luis, partió de esta tierra a lomos de una pulmonía, como se acostumbraba en la época.
Mi padre me contó alguna vez que aprendió a escribir en el campo, cuidando de las ovejas, escribiendo sobre una piedra blanda, utilizando como pluma un guijarro, que es una piedra más dura. Sentado frente a mi computadora, moviendo todo lo rápido que puedo los dedos, me es difícil entender que en aquellos tiempos no llegaran ni a cuaderno y pluma (y hoy nos quejamos de crisis y carencias). La voluntad de aprender de mi padre era muy fuerte, igual que su amor al trabajo, la dedicación al mismo y su sentido de responsabilidad desarrollado al máximo.
El día del funeral de mi padre se conjuntaron varios signos que hicieron en mi alma la alquimia de transformar el dolor y la tristeza, en una paz interior percibida por cada célula de mi cuerpo: en medio del invierno frío y lluvioso, un sol resplandeciente nos acompañó camino al cementerio, curiosamente fue el día de Santa Lucía, patrona del pueblo de su padre. Vi llorar a algunos hombres fuertes de mi pueblo, donde la lágrima no es lo más común, y la expresión verbal de algunos, coincidió en que mi padre era un bondadoso hombre, y contaban anécdotas de cómo compartía el poco pan que le daban sus patrones para comer, con otros que tenían menos. Una señal de su presencia en mí fue al pasar por la esquina de la “fuente de Poli”, donde él encerraba las ovejas durante tantos años y ese recuerdo de mi infancia desató el llanto en mis ojos, agarrado del brazo de mi madre a la que le comente: -“cuántas veces pasó por aquí…”, detrás del cuerpo que ocupó mi padre, mi conmoción fue manifiesta, y mis lágrimas testigo de la conexión. Sentí el vació en mi casa al regresar del cementerio, sin embargo pude ver lo orgullosos que todos los hermanos estamos del gran padre que tuvimos y ese vacío paulatinamente se fue llenando con las anécdotas interminables que mi madre cuenta de sus 57 años juntos.
Recuerdo cuando era un niño, la gran ilusión con la que esperaba la llegada del campo cada noche de mi padre, pues en su morral, en el que llevaba su comida nos traía algo de lo que la naturaleza prodigaba según la época: setas, bellotas dulces, piñas con piñones, almendrucos, higos… era una gozosa espera cada noche, aún puedo ver, aunque muy diluida en mi mente su sonrisa cuando metía yo la mano en su morral. Esa conexión de mi padre con la naturaleza creo que tuvo mucho que ver con su sencillez, su bondad y el sentido de vida que en su silencio siempre encontró y que nos transmitió.
Hoy en mis cursos y conferencias me esfuerzo por hablar de los valores que los padres trasmitimos a nuestros hijos, con frecuencia veo la dificultad que tenemos los padres de esta época para modelar ante nuestros hijos los valores que nos gustaría tuvieran. No recuerdo ningún discurso de mi padre sobre el tema de valores, sin embargo miro la vida de mis hermanos, incluso de sobrinos que no lo conocieron tan de cerca y de otras personas que durante su vida tuvieron encuentros con él y en todos quedó el sello de su bondad y responsabilidad. No cabe duda que la mejor forma de trasmitir valores sigue siendo el testimonio.
Y una última palabra pues el espacio es corto y el deseo de escribir sobre mi padre es ambicioso. Su presencia efectiva en donde estaba, el poder del ahora puesto en su quehacer diario. Recuerdo que nombraba a cabras y ovejas por su nombre propio y que las conocía. Siempre me ha gustado esa parábola del evangelio del Buen Pastor; uno de los atributos de ese pastor bueno era que conocía a sus ovejas y ellas lo conocían a él. Ese amor al trabajo, esa pasión por lo que hacía, la perfección con la que mi padre desempeñaba su labor diaria es algo que yo quiero vivir, ahora con más fuerza, ya que siento la presencia de mi padre más cercana.
Termino evocando un ¡ojalá!: Ojalá que yo logre trasmitir a mis hijos lo que mi padre me dejó como legado.
Con mi cariño de siempre y esperando tus comentarios:
José Luis